Somos señor ese pequeño grano que tú has sembrado,
creado para amar. Somos tuyos, para ti. Desde que estábamos en el vientre de
nuestra madre ya éramos parte de ti, de tu proyecto. Nos amas tanto que ya
confías en nosotros antes de que existamos. Al nacer somos esa semilla que
cuidas cada día, dándole tu amor y tu compañía. Siempre estás ahí para
protegernos de los vientos fuertes, de las aguas crecientes, de los pájaros
picadores, estás siempre ahí porque quieres que existamos como árbol frondoso
que filtra tu luz en el mundo. Quieres que esta existencia no sea interrumpida
por nada, nos regalas gratuitamente todas las horas de nuestra existencia.
Señor tu te bajas a nosotros, dejas que el tiempo te afecte, sólo con el
objetivo de esperar que digamos “sí quiero”. Este “si quiero” marca nuestra
alma, porque es el sí que te da puerta en nuestra vida, es donde te dejamos
actuar a ti, y ya no somos nosotros, sino tu, quien vives en nosotros. Es una
respuesta incondicional y humilde como la de María, la cual hizo posible el
camino de la redención. El decirte “sí quiero” hace de lo divino algo humano,
de lo invisible, lo visible, de Dios, Dios mismo.
Señor eres ese amigo-padre que
nos llama a algo, esperando esa respuesta que sabes que podemos dar. Esa
llamada es como la flor que se cierra durante la noche, pero que cuando el sol
la alumbra, ella se abre para que el sol impacte el centro de su vida, como
queriendo decir “aquí estoy, mora en mi”. Al igual que el granito de mostaza somos esa
pequeña semilla que llega a formar un arbusto a donde los pájaros llegan a
hacer sus nidos, estos pájaros, son las diferentes personas que se acercan a
nosotros buscando refugio en nuestras ramas, buscando compañía. Es la manera
como somos útiles a los demás.
El agua que nos das, con la que
nos riegas, eres tú mismo en cada instante, esa agua es tu amor que permanece
constante en nuestro diario vivir, que nos enriquece sin medida, que nos
aumenta los dones para dar más, cada gota de ti que se derrama en nuestro tronco,
nutre fértilmente cada una de nuestras ramas, ramas que llenan todo el corazón
y hacen de él un mundo de amor y fraternidad.
Héctor Jesús Salcedo Guzmán
No hay comentarios:
Publicar un comentario