sábado, 28 de abril de 2012

LA SEMILLA


 Somos señor ese pequeño grano que tú has sembrado, creado para amar. Somos tuyos, para ti. Desde que estábamos en el vientre de nuestra madre ya éramos parte de ti, de tu proyecto. Nos amas tanto que ya confías en nosotros antes de que existamos. Al nacer somos esa semilla que cuidas cada día, dándole tu amor y tu compañía. Siempre estás ahí para protegernos de los vientos fuertes, de las aguas crecientes, de los pájaros picadores, estás siempre ahí porque quieres que existamos como árbol frondoso que filtra tu luz en el mundo. Quieres que esta existencia no sea interrumpida por nada, nos regalas gratuitamente todas las horas de nuestra existencia. Señor tu te bajas a nosotros, dejas que el tiempo te afecte, sólo con el objetivo de esperar que digamos “sí quiero”. Este “si quiero” marca nuestra alma, porque es el sí que te da puerta en nuestra vida, es donde te dejamos actuar a ti, y ya no somos nosotros, sino tu, quien vives en nosotros. Es una respuesta incondicional y humilde como la de María, la cual hizo posible el camino de la redención. El decirte “sí quiero” hace de lo divino algo humano, de lo invisible, lo visible, de Dios, Dios mismo.


Señor eres ese amigo-padre que nos llama a algo, esperando esa respuesta que sabes que podemos dar. Esa llamada es como la flor que se cierra durante la noche, pero que cuando el sol la alumbra, ella se abre para que el sol impacte el centro de su vida, como queriendo decir “aquí estoy, mora en mi”.  Al igual que el granito de mostaza somos esa pequeña semilla que llega a formar un arbusto a donde los pájaros llegan a hacer sus nidos, estos pájaros, son las diferentes personas que se acercan a nosotros buscando refugio en nuestras ramas, buscando compañía. Es la manera como somos útiles a los demás.
El agua que nos das, con la que nos riegas, eres tú mismo en cada instante, esa agua es tu amor que permanece constante en nuestro diario vivir, que nos enriquece sin medida, que nos aumenta los dones para dar más, cada gota de ti que se derrama en nuestro tronco, nutre fértilmente cada una de nuestras ramas, ramas que llenan todo el corazón y hacen de él un mundo de amor y fraternidad.
Para eso nos traes al mundo Señor, para eso nos has sembrado, para que demos frutos, y frutos en abundancia, para que, abiertos a tu gracia, podamos ser capaces de darlo todo. Somos ese árbol que recibe día a día el mejor de los abonos: la gracia de su sembrador. 



Héctor Jesús  Salcedo Guzmán

No hay comentarios:

Publicar un comentario